El nuevo post que ha arribado es sobre el film: Amélie (Le Flabeux
destin d’ Amélie Poulain, 2001) de Jean-Pierre Jeunet. El punto de partida para encarar el comentario de una película
tan rica será el de la pintura de Renoir que recorre el film (y encabeza
el post): El almuerzo de los remeros.
Como sabrán los que disfrutaron de la
película, y para los que no lo hicieron se enteren, esta obra tiene un papel
estructural puesto que un magnífico personaje, Raymond Dufayel (Serge Merlin),
una especie de Dios-psicólogo (locura e invención propia que desarrollaré más
adelante), año tras año dibuja el cuadro para descifrar la expresión de la
mujer con el vaso, en el medio del grupo pero, a la vez, fuera de este. Una interpretación interesante del cuadro es que, si bien todos esos personajes parecen estar pasándola muy bien en ese club naútico, en sí, ningún interactúa con el
otro. Se puede observar que todos están dispersos, fuera de la situación, simulando
conversar, y, aunque sus miradas lleven de personaje a personaje, se puede apreciar, claramente, el individualismo, la soledad y la falta de comunicación del ya fortalecido mundo
burgués de fines del siglo XIX.
En fin, ese análisis pictórico sirve para relacionarlo con el título del post, porque Amélie (Autrey Tautou), luego de
una situación azarosa desencadenada a partir de la noticia de la muerte de la
princesa Diana, rompe su ensimismamiento, sale de su soledad burguesa y sin sentido para ayudar a la
gente que la rodea (su padre, sus amigas y empleados del restaurante donde
trabaja, sus vecinos y un extraño muchacho del subte que le roba el corazón) y
cambiarles o mejorar sus vidas.
Amélie es una muchacha con una infancia rara y padres
muy especiales. Por un lado, su madre es una maestra dura y algo neurótica que
fallece patéticamente en compañía de ella cuando niña; por otro, su
padre es un médico inexpresivo, tedioso, que no comprende que su hija no sufre
ninguna enfermedad privándola de ir al colegio y socializar normalmente. Este hecho la lleva a transitar una
infancia de juegos solitarios y amigos imaginarios. Al crecer, trabaja de
camarera en el Dos molinos, vive sola, con sus “pequeños
placeres”: meter la mano en los sacos de granos, meter la cuchara en una creme
brulée y lanzar piedras en el canal Saint Martin. Todo esto
es narrado por una voz en off en pocos minutos de una forma espectacular que resume la vida de Amélie ab initio hasta centrarnos en el punto en que la
historia comenzará a transcurrir por si sola hasta su desenlace.
Como escribí antes, la vida de Amélie cambia radicalmente al
oír la noticia de que Lady Di falleció, eso produce que se le caiga la tapa de
su perfume y golpeé contra un zócalo flojo de su baño que se desprende de la
pared donde encuentra una cajita de lata con recuerdos de un niño que vivió en
su departamento. Entonces, comienza a indagar entre sus vecinos quién habita ese lugar. Así conoce a Madeline Wallace (Yolanda Moseau), una mujer que vive
para llorar, encerrada en el pasado de un esposo infiel y aferrada al recuerdo
de las cartas que le escribía desde el ejército; también conoce a Raymond
Dufayel, el dibujante, quien le da la posta de la persona que busca. Al final,
devuelve –anónimamente- la lata a su dueño y al ver lo que produjo comienza a
tomar el rol de heroína secreta, de vengadora del bien, se pone el disfraz del
Zorro para seguir su legado.
Retomo el cuadro de Renoir y a Raymond Dufayel que es un hombre
que vive encerrado (por una enfermedad de huesos de cristal) y solo, dibujando, una y otra vez, el cuadro de El almuerzo de los remeros entablando una relación similar a la de un Dios-psicólogo para Amélie ¿Qué avala esta
locura? Que este hombre sabe todo de todos, los observa desde su filmadora, es
un ser omnisciente, que guía y alienta a Amélie para que consiga su felicidad y
salga de su soledad, pero la única que tiene el poder para hacerlo es ella. Lo
de psicólogo lo fundamento (en parte para que los ateos y científicos se
sientan más contentos) con el deslizamiento que hace de Amélie a la muchacha
del vaso, en charlas intercaladas él sacará la personalidad del personaje y a
la vez la analizará a ella en su relación con la vida. Hay homologación entre
los dos aspectos por eso uno las palabras. Una de las conversaciones que más me
gustan es:
Raymond: – ¿Quieres decir que prefiere imaginarse a sí misma
relacionándose con alguien ausente que formar relaciones con los que la rodeen?
Amélie: – No, quizás intente arreglar los líos de vidas
ajenas
Raymond: – ¿Y ella qué? ¿Y sus propios líos? ¿Quién los
arreglará?
Amélie: – Es mejor ayudar al prójimo que a un gnomo de
jardín.
Otra característica brillante es la representación de París
y los personajes de la ciudad. Aquí cada uno difiere y se complementa con el
otro, aunque al principio se los muestra totalmente individualizados (analogía con el cuadro). Pero nada está librado al azar, todo lleva a una
perfecta conexión que Amélie pasara a ligar a través de su recorrido y los conflictos entre ellos que serán arreglados (o
por lo menos eso intenta) por nuestra bonita y pura heroína. Paso a describirle
sucintamente los conflictos en los que Amélie pone su magia para solucionarlos que se puede pensar como esa enigmática mujer tomando su vaso de agua que solo intenta entrar a estos seres con el amor:
Collignon (Urbain Cancelier) y Lucien (Janel Debbouze): El
primero es el dueño de la verdulería del barrio y el segundo, Lucien, el
empleado, un muchacho muy especial que hace con gran amor su trabajo, pero es
maltratado por su jefe por la lentitud que tiene (la vengadora se encargará de esa
injusticia).
En el Dos Molinos: aquí hay varios personajes, por un lado
Hipólito (Artus Penguen) un escritor fracasado; Gina (Clotilde Mollet) que es
acosada por su expareja, Joseph (Dominique Pinon) que no se va del café y le
graba las conversaciones con otros hombres y se las pasa al instante tratándola
de pérfida, de mujer fácil y esas cosas feas en las que no se debe tratar a
ninguna mujer; por último, está Georgette (Isabelle Nanty), una mujer que vive
quejándose de todo en su pequeño puestito de tabaco y billetes de lotería.
Nino Quincampoix (Mathiu Kassovitz): el amor de Amélie, un
muchacho que conoce en el tren, que se pasa su tiempo buscando a un personaje
misterioso que se saca fotos en las máquinas de fotos-carnet instantáneas y las
rompe, lo que le da un tono de triller al film. Además, en una persecución de
Nino por su presa se le cae un libro con una colección de ese tipo de fotos que
termina en manos de Amélie y lo que genera la unión de estos especiales
personajes.
Su padre: Luego de la muerte de su esposa se convirtió en un
hombre más cerrado de lo que era, no quiere realizar ninguno de los viajes que
tenía planeados con su mujer y no sale de su casa, lo único que hace es cuidar
un altar, con un enano a la cabeza (parte de la solución, por favor, no pueden
perderse toda esta pequeña historia que se genera a partir del gnomo).
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